Saber qué hacer, pero también cómo hacerlo.

Por Daniel Merro Johnston

 

Another brick in the wall…

Pink Floyd

Los sistemas educativos y como consecuencia los colegios están sufriendo profundas reformas en los últimos tiempos, presionados por la revolución tecnológica y la transformación digital, en la búsqueda de nuevos entornos de aprendizaje y metodologías pedagógicas más eficaces y adaptadas al mundo contemporáneo. Y empujados también por sus alumnos, que empujan a sus profesores a asumir cambios y a sus colegios a incorporar espacios que ellos ya conocen en su vida social. En la mayoría de estos colegios se percibe mucho movimiento a todo nivel: reuniones, comunicaciones, debates, análisis de documentos y experiencias, propuestas individuales o de grupos, visitas a otras instituciones y conferencias de expertos. En los pasillos, aulas y despachos se observa que la comunidad educativa se siente en una cierta “dinámica de cambio”.

Más allá de las particularidades de cada institución, hay muchas coincidencias. Los nuevos entornos interactivos obligan a cambiar las formas tradicionales de dar clases, las actividades de profesores y alumnos y como consecuencia lógica, el tipo y diseño de los espacios. Las clases magistrales desaparecen (por lo menos eso espero), y los maestros se convierten en guías y orientadores de los procesos particulares de aprendizaje de los alumnos para que sean críticos con la información (no todo lo que encuentran en internet es correcto), para que desarrollen una mentalidad mucho más exigente y universal como verdaderos protagonistas de su conocimiento. Cambian también los horarios, el aprendizaje no se limita a unas horas determinadas y menos aún a ciertos espacios definidos y tradicionales desapareciendo las fronteras entre la escuela y la vida familiar o social. Las habilidades personales vuelven a ser tan importantes como los conocimientos académicos tradicionales. Se trabajan las “inteligencias múltiples”. Tener facilidades para relacionarse con otras personas, para trabajar en equipo, poder manifestar sus emociones, saber dibujar a mano alzada o manejar un serrucho son complementarias a las matemáticas o la historia.

En este contexto de cambio, la arquitectura del colegio se ve sospechosamente comprometida. Sus aulas, muros, pasillos, suelos y ventanas no han sido modificados ni actualizados desde que se inauguró el colegio o por lo menos desde que terminó tu abuelo,
exceptuando el aula de informática que se hizo de prisa y corriendo hace diez años y que allí
está con sus máquinas enormes y sus monitores muertos de la risa.

La edificación no puede generar por si misma transformaciones pedagógicas, pero sí está demostrado que puede impedirlas. Recordemos las aulas y anfiteatros de nuestras universidades: solo permiten un tipo de actividad, la clase magistral. Se necesitan espacios diáfanos, luminosos para tareas generales, pero también pequeños lugares que los rodeen para trabajos en equipos pequeños y lugares indeterminados que los envuelvan todo, como un fluido claro y libre en donde se muevan, se sienten, se tumben los alumnos en asientos cómodos para intercambiar informalmente sus ideas. Que en minutos se pueda cambiar todo, las aulas se unan, los tabiques desaparezcan, surjan las pantallas, se muevan las sillas y las mesas con facilidad y la dinámica de aprendizaje se convierta en un taller de plástica o en un debate organizado. Eso es lo que llamamos flexibilidad, transparencia, cambio.

Mejores condiciones de confort, mejores niveles de iluminación y calidad del aire, mayor aislamiento para usar menos calefacción, más absorción acústica para conseguir espacios silenciosos, mejores materiales, suelos cálidos, revestimientos luminosos y tabiques móviles. Otro tipo de mobiliario, más ligero y cómodo para que lo manejen los alumnos, con ruedas para llevárselo de un lado a otro. E incorporación de tecnología informática y de comunicaciones casi invisibles pero eficientes, de gestión, de control de confort y energía, y de seguridad, por nombrar algunas.

Por último, de cara a la fuerte competencia en las matriculaciones actuales de los colegios y con el objeto de hacer público el esfuerzo de innovación realizado por la institución es imprescindible una nueva imagen. No solo nos transformamos, sino que mostramos los cambios.

Llega entonces el día en que la Dirección del Colegio, luego de múltiples evaluaciones y
consultas toma la decisión: “este verano vamos a reformar el colegio” Y como si apretara el botón rojo, llama por teléfono a sus técnicos de confianza. Este es un momento clave, pues el equipo directivo tiene que definir quiénes, con eficiencia y responsabilidad se pueden hacer cargo de una larga serie de decisiones de diseño, administrativas, de planificación, gestión técnica y dirección de la futura obra en un plazo de tiempo muy corto y con una fecha inexorable de final de obras: el comienzo de clases.

“¿En manos de quién nos ponemos?” Pues en alguien que sepa qué hacer, pero fundamentalmente que sepa cómo hacerlo.

Es común en muchos colegios escuchar historias de conflictos en las reformas, con resultados no deseados, problemas con el Ayuntamiento, retrasos en las decisiones, dificultades, aumentos importantes en los costes previstos y desde luego incumplimientos en los plazos. No hay peor imagen de innovación que el reinicio de las clases con vallas de obras o acopios de materiales en el patio.

La experiencia nos dice que el éxito de una intervención de este tipo comienza por reconocer el escenario, el contexto y los participantes de cada etapa de trabajo para comprender sus necesidades, expectativas y las decisiones que serán necesarias por parte de cada uno de ellos en diferentes momentos. Es decir, poner en práctica la palabra mágica: planificación.

Son solo dos partidos, eliminatoria y final, a todo o nada. El primero se juega en los primeros meses del año, generalmente desde febrero a mayo entre dos equipos: los locales, formado por el director y el administrador como la vanguardia optimista (todo les parece muy bien y siempre hay nuevas propuestas) y los profesores, administrativos y encargados de mantenimiento, como la retaguardia crítica (todo les resulta insuficiente, complicado y caro). Y el equipo visitante, formado por técnicos, arquitectos y constructores.

El campo de juego es el proyecto, el presupuesto y las Licencias. Se deben acordar los aspectos funcionales y espaciales del proyecto, los nuevos espacios y sus tamaños, la tecnología, las nuevas instalaciones. Definir los límites económicos, ajustar el proyecto al presupuesto disponible y conseguir las aprobaciones de Licencias de obra correspondientes en el Ayuntamiento.

Este primer partido suele ser bastante largo y se juega a un ritmo lento. Se requiere una
estrategia muy cuidadosa para ir sumando ideas, deseos, propuestas y limitaciones de todo
tipo con mucha paciencia, para llegar a una propuesta integral y consensuada.

Es fundamental elegir y definir los lugares prioritarios para reformar o cambiar y un plan ordenado de fases o etapas de obra, entendiendo siempre que pequeñas intervenciones en sitios claves del colegio producen una “respuesta” en todo el conjunto. Llamamos a ello “acupuntura arquitectónica”.  

Si todo va bien el partido termina en un empate, que siempre será una victoria para ambos equipos.

El mes de junio representa el descanso intermedio y está destinado a la preparación de los técnicos.
Es indispensable realizar una planificación detallada y exhaustiva de la obra. Es el momento de definir los equipos técnicos de control permanente de la obra, desarrollar los planes de Seguridad, la planificación de los acopios de materiales, el sistema de salida de residuos y los procedimientos de control de calidad. Es necesario concretar calidades, marcas, modelos y colores de la totalidad de los materiales para proceder a su compra y definir sus tiempos de entrega.

Es imprescindible desarrollar los proyectos de ejecución de todas las instalaciones nuevas y las modificaciones de las existentes, precisando el tipo y modelo de las nuevas máquinas y conductos para su pedido inmediato. Hay que determinar y prever los tiempos de cada uno de los gremios que intervendrán en la obra y la fecha del comienzo de sus trabajos para ordenar un encadenamiento lógico de tareas.   

El último fin de semana de junio se inicia el partido final, el más difícil, que dura exactamente ocho semanas. En este momento cambia uno de los equipos. El nuevo adversario está formado por una larga lista de proveedores de materiales, sus comerciales, encargados, transportistas e instaladores, que en pleno verano y con sus fábricas a medio gas intentan hacer magia para cumplir sus compromisos. También lo forman el conjunto de técnicos, calculistas, encargados, operarios, albañiles, maquinistas, especialistas de instalaciones, inspectores de todo tipo, gestores de compras y coordinadores de seguridad que se cruzan en el espacio de la obra y en el tiempo de juego.

Todos deben ser coordinados y dirigidos por el equipo técnico de dirección y ejecución de la obra.

Se suelen colar en el campo de juego, como los típicos espontáneos, una buena cantidad de
situaciones inesperadas: las escuelas de verano y los niños que usan los patios e intentan
curiosear todas las máquinas, las inexplicables alarmas que suenan y de las que nadie sabe las
claves, las llaves de los cuartos técnicos que nadie encuentra y las visitas imprevistas de dos
profesores el domingo muy preocupados porque es indispensable que el aula de música sea un
poco más grande.

El tiempo vuela, pero es percibido de diferente manera. En la primera semana, de demoliciones, el director sonríe: “vamos muy rápido, hasta quizá terminemos antes…”; en la semana cuatro el administrador opina “todo muy bonito, pero habría que acelerar el ritmo, vamos atrasados” y en la semana seis casi todos sentencian: “no llegamos…”.
Con una programación detallada y bien controlada periódicamente, con un seguimiento y
control permanente de los técnicos en la obra haciendo posible que las decisiones se tomen
oportunamente anticipando los problemas sin perder ni un minuto, en la semana siete se
instalan los cristales, se acaban los suelos, la obra se llena de color y se comienzan las pruebas
de iluminación y climatización.

La última semana de agosto comienza la retirada. Se ocupa en hacer una lista detallada de
remates pendientes conjuntamente entre todos los equipos para ajustar los acabados, así
como iniciar una profunda e intensiva limpieza de suelos, cristales, aparatos, luminarias y la
instalación de todos los equipos informáticos y de sonido previstos.

Es un verdadero placer disfrutar los primeros días de septiembre la llegada de los profesores a sus reuniones iniciales, con la sorpresa de los nuevos espacios haciéndose fotos con sus compañeros en los nuevos sofás, áreas y equipamientos absolutamente listos para ser usados, como si siempre hubieran estado allí y sin rastros de la obra. Algunos de ellos entienden que es un milagro y nosotros sabemos que es planificación y experiencia.

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