Por Laia Lafuente
Existe un claro paralelismo entre la evolución de los espacios de trabajo y los espacios pedagógicos. De hecho, encontraríamos también coincidencias entre la evolución de la vivienda y la cocina o el mobiliario. La arquitectura y el diseño son en muchos casos fieles reflejos de la sociedad de cada momento, de sus preocupaciones y sus intereses.
Primera mitad del siglo XX
La situación a principios del siglo XX en los espacios de trabajo y los pedagógicos tenía mucho que ver con la revolución industrial y sus fábricas.
Las oficinas disponían a los trabajadores en hileras, cual cadena de montaje, se buscaba exclusivamente la productividad y eficiencia sin tener en cuenta el factor humano.
El operario, despersonalizado, se entendía como una prolongación directa de la máquina. Estaban constantemente vigilados, sin libertad alguna y se impedía la interacción entre ellos.
El espacio, porque solo existía un tipo de espacio, respondía a estas necesidades; operarios hacinados, bajo focos de luz artificial y aislados del exterior.
Mientras, en las escuelas se seguía una educación decimonónica donde imperaba la disciplina. Los maestros autoritarios, cuyo principal método pedagógico era la memorización, infringían castigos físicos a los alumnos que debían ser sumisos, obedientes y silenciosos.
Los centros educativos se basaban en un único tipo de espacio: el aula. En ella se disponían los alumnos perfectamente formados en filas y el maestro generalmente subido a un estrado, presidía la clase.
Segunda mitad del s XX
Pero a mediados del siglo XX surgieron nuevos enfoques. La sociedad cambió y sus espacios también. Se comenzaron a cuestionar las estructuras tradicionales.
En las oficinas comenzaron a surgir los primeros espacios abiertos, cuyo principal objetivo seguía siendo la productividad, pero había cierta consideración por el trabajador, su autonomía, su comodidad y su confort. Los espacios se flexibilizaron y se diversificaron, la iluminación natural cobró importancia, usando mobiliario de formas orgánicas, ajustable y de materiales cálidos.
Durante este periodo podríamos decir que el espíritu fue evolucionando en ese sentido con la aparición de distintas corrientes. Primero surgió el Open Plan en Estados Unidos en los años 40. Los avances tecnológicos en arquitectura permitieron crear grandes espacios continuos, donde las mesas se colocaban en retícula, manteniendo una estricta jerarquía y control sobre los empleados.
Posteriormente en los años 60 en el norte de Europa aparecieron las “Oficinas Paisaje” (Burolandschaft en alemán) que rompían con la geometría reticular e introducían formas irregulares y orgánicas con disposición “desordenada” del mobiliario. Eran oficinas con menor densidad y más flexibles.
Mas tarde a finales de los años 60 apareció una nueva corriente llamada Action Office, vinculada al diseño del mobiliario. Se proponía un mobiliario ajustable en altura que daba libertad y flexibilidad al empleado para realizar su trabajo.
En los años 80 el Action Office pasó a una segunda etapa que dio lugar a la denostada “Oficina Cubículo”. Este tipo de oficina daba al trabajador cierto grado de privacidad, un espacio propio que poder personalizar sin molestar al resto.
Por fortuna el cubículo comenzó a desaparecer con la irrupción de las nuevas empresas digitales en Silicon Valley, entre otras.
A mediados y finales del siglo XX en el mundo educativo empiezan aplicarse en mayor medida nuevos métodos pedagógicos, muchos de ellos basados en ideas surgidas durante la primera mitad de siglo.
Pero todas estas corrientes pedagógicas llamadas “progresistas” tienen algunos rasgos en común: parten de un nuevo enfoque centrado en desarrollo del niño, con el maestro como guía; se entiende la educación como parte del sistema social, es naturalista, activa, participativa, debe estimular el interés de los alumnos, la creatividad, la observación y la experimentación, la cooperación y la colaboración y sobre todo la libertad.
Todo esto supone cambios en los espacios: la multifuncionalidad del aula, la aparición de espacios especializados (biblioteca, laboratorio, salón de actos, gimnasio), la importancia de la flexibilidad, la luz natural, el contacto con la naturaleza o el diseño de mobiliario.
El siglo XXI
En el transcurso del siglo XX hemos visto como ambos sectores, el educativo y el empresarial, han cambiado drásticamente, pasando de la autoridad a la democracia, de lo rígido a lo flexible, del control de las actividades a la libertad de movimiento, de los espacios para un solo uso a los espacios multifuncionales, de las tareas alienantes a las creativas, del trabajo individual al cooperativo y del enfoque en lo productivo al enfoque en lo humano.
Pero un actor nuevo irrumpe de manera generalizada, la tecnología, que ha provocado una profunda transformación de la sociedad, de la manera de comunicarse, de informarse, de trabajar y colaborar y por tanto también de los espacios. En las oficinas se habla del ABW (Activity Based Working) y en las escuelas de la flexibilidad del aula para poder dar respuesta a las distintas actividades. Indudablemente ambas disciplinas van por el mismo camino. El alumno ya no solo se sienta a escuchar la lección del profesor ni el empleado realiza la misma tarea durante toda la jornada laboral.
El siglo XXI pone el foco en las personas, la individualidad y la experiencia del usuario.
El diseño de los espacios estará enfocado en los usuarios y su experiencia, se abordará de manera holística y a la vez particular, contando con todos los actores que intervienen en ese espacio concreto.
Se evitará caer en las modas, en la réplica de espacios, mirando a nuestro alrededor y dando respuesta a las necesidades individuales de esos usuarios.
Cada empresa tiene su carácter, su cultura, sus necesidades, su forma de trabajar, su estrategia y a eso debe dar solución el espacio que se proyecte. Por tanto, el resultado del proceso de diseño será diferente para un despacho de abogados, una ingeniería o una empresa tecnológica.
¿Y qué pasa con los centros educativos?
Los centros tienen la responsabilidad de desarrollar su proyecto educativo. En España concretamente hay una gran libertad para que los centros definan sus proyectos, su estrategia, su misión, su cultura, la metodología pedagógica a aplicar y sus necesidades. Además, hay otros condicionantes como la localización, el entorno o el perfil del alumno.
Una vez más, el usuario y su experiencia debe ser el centro de nuestras preocupaciones. O se hace así o los diseños corren el riesgo de quedar desconectados de la realidad sobre la que se tienen que aplicar.
Otra particularidad de esta época es que la natalidad está en mínimos históricos, el número de alumnos va decreciendo cada año, ya no se necesitan escuelas eficientes que respondan a una alta demanda, en cambio debemos crear puestos escolares de calidad, y para ello el proyecto pedagógico es clave, pero también el espacio en calidad y en cantidad por cada alumno.
La mayoría de los centros educativos desde el punto de vista espacial están obsoletos, por lo general es un parque inmobiliario antiguo, del siglo pasado, sobre todo en los centros urbanos. El espacio de las escuelas se adaptará a las nuevas demandas, a los nuevos alumnos, en definitiva, a la sociedad cada vez más cambiante del siglo XXI.