Después de la innovación, ¿ahora qué?

Loli García

 Psicóloga y educadora

Miembro del equipo de #profesinnovadores

En los últimos años la palabra innovación ha inundado el sector educativo. La empresa se ha llenado de laboratorios o departamentos I+D, y los centros educativos han recibido innumerables formaciones bajo el epígrafe de “innovación educativa”. Tras los conocimientos recibidos que auguraban un cambio necesario y una desestimación al supuesto modelo anterior o tradicional, pueden aparecer preguntas como… ¿y ahora? ¿qué hacemos? ¿qué hay después de la innovación?

Ante esas tres cuestiones, viene a mi memoria esta frase de Mario Benedetti: “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. Una frase que prefiero cambiar por: “cuando nos han “vendido” todas las respuestas, hemos decidido construir nuestras propias preguntas”.

En el mundo educativo, se vive una conversación entre lo visible y lo invisible, lo individual y lo colectivo, la burocracia y los pasos de los niños en los pasillos. Se redefinen continuamente planteamientos en un acto comunicativo con la realidad; en la que intervienen múltiples agentes, contextos singulares, un proyecto determinado por parte de cada centro y un extenso suma y sigue de variables. Justo ahí, es donde el germen o el virus de la innovación reside y residirá “sin o con papeles” en las aulas y centros educativos. Un virus más que necesario cuando hay niños que pasan desde los 3 o 4 años hasta los 16 años en un centro educativo, y el resultado junto con el proceso habla de fracaso escolar. Un virus imprescindible cuando hay profesores que después de toda una vida de experiencia docente, algunos más de 30 años, expresan su disconformidad con que haya que formarse y cambiar/crecer, “¿por qué no se puede dar clase igual que “siempre?” …

El virus de la innovación

El virus de la innovación ha de estar en el ADN de todo docente o profesional que esté dentro del sistema educativo. No es un concepto de moda, aunque pueda resultar para muchos una palabra vacía. La innovación es, por otro lado, una actitud estructural en nuestra naturaleza humana. Una actitud a cultivar y que se materializa en acciones y en la cultura de los centros educativos.

Numerosos maestros, profesores, directores, expertos educativos, educadores, organizaciones, fundaciones, escuelas… sienten la necesidad de dar respuesta a las realidades que emergen cada día en las aulas, y responder desde su visión y misión educativa. Esta conexión y búsqueda desde la necesidad es el comienzo de toda innovación. Michael Fullan (2002) en su reconocida publicación “Los nuevos significados del cambio en la educación” hablaba de cuatro factores relacionados con la innovación educativa: necesidad, claridad, complejidad, calidad y practicabilidad. El primero es clave para un proceso sostenible.

A lo largo de la historia no son pocos los pedagogos y maestros que han tenido una visión innovadora acerca de para qué educar o de cómo hacerlo; y han sentido esa necesidad de innovar, esa llamada a reflexionar y actuar de forma diferente para mejorar, poniendo al niño en el centro de toda innovación. Así, podemos recordar a Kirk Patrick, “los niños deben adquirir experiencia y conocimientos mediante la resolución de problemas prácticos en situaciones sociales”, Bartolomé Cossío “rompamos, pues, los muros de la clase. Llevemos al niño al campo, al taller, al museo… Enseñémosle la realidad en la realidad antes que en los libros…”, o Juana de Lestonnac “Formar cabezas bien hechas más que bien llenas”, la lista es infinita: Freinet, Freire, Gabriela Mistral, Rosa Sensat, Loris Malaguzzi…

Viajando en el tiempo hasta 1630, Juan Amos Comenio, en su obra “Didáctica Magna”, afirmaba que la escuela es el taller de la humanidad y no “mataderos de mentes”. Por ello es fundamental reiterar que el virus de la innovación educativa no pertenece al siglo XX o al siglo XXI, y no es un virus destinado a morir, sino a mejorar la condición del educador, de la comunidad y de en última instancia y primer lugar: la vida del niño.

Por acordar de base una definición sobre lo que es la innovación, en palabras de Alfredo Hernando (2019), innovar es:

“ – el medio por el que se conduce el proceso para la incorporación de algo nuevo o la combinación de elementos existentes cuya suma es nueva para sus actores.

– no solo la planificación, el pensamiento o la idea, sino la actividad innovadora en desarrollo, la acción intencionada y planificada.

– cambio con vocación de mejora sobre lo ya existente, aunque no sea necesario que ocurra en un primer momento.

– observar y medir, es decir, es posible comprobar el desarrollo de su implantación;

– novedad para la comunidad donde se desarrolla, aunque no tiene por qué ser pionera en el sector, en su contenido o en su proceso, entendiendo que no se ha hecho nunca antes.

– susceptible de replicarse en otros entornos cuanto más fácil sea su puesta en práctica, más compatible sea con la misión y valores de la comunidad, más observables sus resultados, y que comprenda menos riesgos y necesite de menores costes añadidos.”

Condiciones para su supervivencia

Si uno viaja por diferentes centros educativos puede comprobar como una “supuesta innovación” ha dejado claustros reticentes de escuchar y aplicar nuevas estrategias, técnicas, o formas de programar, organizar, gestionar el aula… Se dibujan posibles causas como un liderazgo desconectado de la comunidad educativa, una formación desvinculada del proyecto educativo de centro, la no detección de necesidades previa, la no planificación y seguimiento, o la no dotación de recursos, espacios y tiempos para su puesta en marcha.

En el libro de Michael Fullan antes citado, se recoge una cita de 1975 de Marris, que señala una de las causas para mí más importantes del fracaso ante la innovación educativa, la no participación de toda la comunidad y la falta de tiempos para ello, para su “Cualquier intento de evitar el conflicto, la discusión o la protesta mediante la planificación racional acabará en fracaso: por muy razonables que sean los cambios propuestos, el proceso de implementación debe permitir a los participantes expresar su impulso de rechazarlos. Cuando aquellos que tienen el poder de diseñar los cambios, actúan como si sólo tuvieran que dar explicaciones y, si sus explicaciones no son aceptadas, desdeñan la oposición calificándola de ignorancia o prejuicios, expresan un profundo desprecio por el sentido de las vidas ajenas. Porque los reformadores ya han adaptado estos cambios a sus propósitos y elaborado una reformulación que tiene sentido para ellos, quizás a través de meses o años de debate y análisis. Al negar a otros la oportunidad de hacer lo mismo, los tratan como marionetas pendiendo de los hilos de sus propias concepciones.”

Es ahora, con toda la trayectoria recorrida, cuando podemos continuar reflexionando juntos para diseñar claves sistémicas que permitan que el virus de la innovación, el que ha infectado el sistema educativo animándolo a cambiar y transformarse para responder a las generaciones actuales y futuras, se desarrolle como un virus positivo. En el campo de la medicina se ha reconocido que llevamos virus dentro de nuestro ADN que participan en el crecimiento del sistema nervioso y que, por ejemplo, contribuyen a la formación de la placenta, ¿puede ser esta la alegoría para la innovación educativa?

Si hasta aquí estamos de acuerdo, confirmando que la innovación forma parte de nosotros y podemos ayudar a su desarrollo como actitud y cultura, estas pueden ser claves formuladas a modo de preguntas, para seguir tejiendo juntos la salud de la educación:

* ¿Hacia dónde caminamos? ¿Cuál es la visión que compartimos?

* ¿Cuál es la visión sistémica que necesitamos?

* ¿Qué finalidades educativas o principios nos sustentan?

* ¿Cómo promover el pensamiento colectivo?

* ¿Cómo generar recursos para un liderazgo que empodera a la comunidad educativa?

* ¿Cuáles son las mejores estrategias para una cultura de innovación en comunidad?

*¿Y por qué, para qué y cómo una cultura colaborativa, de transformación educativa en continuum?

*¿Cómo materializar el PEC en las PGA y más allá (currículum y metodologías, evaluación de un centro), en la organización, en los roles que vive la comunidad educativa (profesores, alumnos, familias, etc.), y en los espacios educativos?

En los últimos años he tenido el privilegio de formar parte del Departamento de Innovación Pedagógica de Escuelas Católicas, en ese contexto un equipo de profesionales liderado por su directora Irene Arrimadas ha desarrollado el Pensamiento de Innovación Educativa, un enfoque de pensamiento colectivo para mejorar e innovar en educación. Un planteamiento abierto y flexible que ayudará sin duda a numerosos centros educativos en el desarrollo de sus hojas de ruta. Un valioso material para seguir trabajando por la innovación entendida como mejora. Puedes conocerlo aquí: https://www.escuelascatolicas.es/pie/

Actualmente la nueva edición del programa #profesinnovadores en 2020 también fomenta el desarrollo de la cultura como base para una innovación sostenible. Seguimos pensando juntos porque vienen otros aires… los de la era de la colaboración. Son los aires de aquellos que de forma generosa comparten lo aprendido, quieren abrir sus puertas y apostar por el crecimiento y la evolución… aires que consiguen hacer que el papel y un proyecto traspase la celulosa y se materialice en gestos, técnicas, estrategias, líneas de actuación, etc. En visión compartida.

Bibliografía

  • Claxton, G. The Learning Powered School. Bristol: TLO. 2011.
  • Escuelas Católicas. Pensamiento de Innovación Educativa. Madrid: Escuelas Católicas. 2019.
  • Fullan, M. Los nuevos significados del cambio. Barcelona: Octaedro. 2002.
  • Scharmer, O. y Kaüfer, K. Liderar desde el futuro emergente. Barcelona: Editorial Eleftheria. 2015
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